Sobre Punta del Este. La política excluyente de Américo Cristófalo, por Pablo Luzuriaga

Buenos Aires: America Libre, 1996,125, p.

Juan Díaz de Solís la bautizó como Puerto de Nuestra Señora de la Candelaria en 1516, más de dos siglos después fue edificada la Batería de San Fernando, primero en forma precaria, luego en piedra. En el siglo XIX un alcalde de Maldonado –con intereses industriales en la Isla de los Lobos– impulsó la creación de una ciudad costera, quería fundar un pueblo en la península, sin embargo, el proyecto no prosperó. En 1843 los hermanos Lafone compraron la península completa y la Isla Gorriti –explotaron salinas. El faro de Punta del Este se inauguró recién en 1860. La construcción del primer hotel en 1899 marcó el destino turístico de sus playas. Alrededor del faro había caseríos, con la llegada del turismo de verano la ciudad comenzó a crecer. En esos años, Antonio Lussich autor de Los tres gauchos orientales compró mil ochocientas hectáreas en Punta Ballena, la península anterior hacia el Río de la Plata, y mediante un plan de forestación cambió el paisaje desértico de arena por bosques frondosos.

         Durante el siglo XX, en la era de las masas cuando ir a la playa se transformó en una forma de recreación y descanso planificado, se expandió la industria del turismo. Hacia fin de siglo tuvo lugar un boom inmobiliario de inversores argentinos. En la década de 1990 sus playas «Mansa» y «Brava» vivieron la afluencia de miles de argentinos. Eran los años de la convertibilidad menemista. Las inversiones llegaron hasta la zona de «Manantiales» donde se ubican las playas «Bikini» y «Montoya», pasando la zona de «La Barra» donde el puente característico con la forma de un camello permite cruzar en auto sobre el arroyo con salida al mar. En 1996, en plena hegemonía neoliberal, Américo Cristófalo publicó por la editorial América Libre el ensayo: Punta del Este. La política excluyente, en la colección Armas de la Crítica. Un cuarto de siglo después, al inicio del gobierno de Javier Milei ese libro vuelve a cobrar vitalidad; quizás una que no tuvo antes, aunque pronto en 1997 el libro tuvo buena recepción, entre otras lecturas, la de Laura Estrín en el Boletín del Instituto de Literatura Hispanoamericana; y en los últimos años fue revisitado, por ejemplo, en el libro de Martín Sivak cuando comenta su infancia en el exilio esteño.

         Vuelve a cobrar vitalidad porque la década de 1990 volvió con Milei, no sólo en sus funcionarios, sino en la forma desembozada de barbarie neoliberal. Durante el macrismo aunque se vieron en Buenos Aires muestras del retorno a esa época que el kirchnerismo parecía haber dejado atrás en sus mejores tiempos, sin embargo, entre 2015 y 2019, el llamado «gradualismo» del gobierno fallido de Macri pareció ceder ante la fuerza de los derechos conquistados. La pandemia en 2020, y el gobierno aún más fallido de Alberto Fernández, sobre tierra arrasada por el macrismo, nos arrumbaron en la desolación de un retorno sin filtros a las formas más salvajes de capitalismo tardío neoliberal. El ensayo de Cristófalo en 1996 fue un grito sordo. Menem había sido reelecto hacía muy poco, las primeras voces críticas comenzaban a organizarse –el acto por los 20 años del golpe de Estado– después de años de dispersión ante la fiesta del menemato. El de Cristófalo en serie con la mejor tradición del ensayo argentino –de Sarmiento a Martínez Estrada y David Viñas–, asume una actitud como dice César Fernández Moreno de Martínez Estrada: «casi blasfematoria», el tono es al mismo tiempo de denuncia, satírico, frío y objetivo en la reposición de información histórica, y está poblado de conceptos.

El momento menemista de Punta está regido por un nuevo reciclaje que apunta a conservar y reproducir la estructura exclusivista del balneario. Como a causa del programa neoliberal en curso los sectores de clase que ocuparon el casco de la península, parte de la rambla de la Mansa y en menor medida el Bosque empiezan a dar señales de debilitamiento, los más ricos –beneficiarios de la salvaje reducción del Estado, nuevos ricos asociados a la caída de la industria y estrellas de la industria cultural– planifican un desplazamiento ordenado hacia el noreste. La arquitectura más lujosa emigra hacia La Barra y José Ignacio, se retira de las zonas más pobladas, busca horizontes más abiertos. Así, Punta del Este repite un movimiento tradicional de la ciudad moderna. Cuando en las últimas décadas del siglo XIX el crecimiento de las ciudades europeas había mostrado una faz perturbadora, las clases dominantes orientan sus expectativas inmobiliarias hacia afuera, el trazado urbano demanda la «sensatez» fronteriza del suburbio. Suburbios proletarios y suburbios burgueses. Barrios jardín. El primer movimiento de concentración sobre el centro de la ciudad se resuelve en otro cuyo horizonte es dispersivo. Esta demarcación de la ciudad responde a un principio limitativo de los usos de la cultura urbana. Esos desplazamientos coinciden con las primeras manifestaciones intensas de la industria turística. Punta del Este que en su origen fue parte de esa trama, repite ahora en su interior las mismas reglas. Los sectores de clase de mayor poder de compra, los que permanecieron a salvo y se fortalecieron en el contexto de redistribución de riquezas que marcó el plan Cavallo, se alejan de una incipiente amenaza «decadentista». No se mezclan con las franjas medias de la burguesía que tambalean en la pendiente de la «convertibilidad». Reiteran el espíritu segregativo que históricamente impuso sus modos en Punta. La arquitectura que expresa este último capítulo desplazó las líneas modernas de «avanzada» (el Hotel Solana, situado sobre la playa de Portezuelo, del arquitecto catalán Antonio Bonet es quizá el ejemplo más acabado de este espíritu) en la dirección de los simulacros posmodernos y el look new-age. Predomina ahora esa moda que impone la superposición de una columna neoclásica con un balcón normando, una ventana de punto árabe en un frente de línea americana. Hacia La Barra y José Ignacio se vuelve a la altura y al solar de la casa, no hay grandes edificios, la arquitectura quiere adecuarse a líneas menos grandilocuentes, se va hacia tonalidades pastel que exaltan el garbo light de la época, la arrogancia de una mayor plasticidad y de un tratamiento menos agresivo del paisaje.   (pp.36-37)

Con el microscopio o la radiografía puesta sobre Punta del Este, Cristófalo busca interpelar a su propio tiempo; el ensayo es una de las críticas más agudas sobre el neoliberalismo de la década de 1990, visto desde la óptica de lo que en Punta del Este se sintetiza respecto de la política y la cultura argentinas. Los más ricos emprendieron a mediados de esa década su marcha aún más hacia el Este y hacia el mar abierto. Hacia las zonas todavía más exclusivas de José Ignacio. En 1996, el ojo de Cristófalo profetizaba el presente de 2024. Hoy en la península sólo quedan viejos edificios y hoteles aptos para el turista internacional. Los simulacros de la arquitectura posmoderna que Friedric Jameson describió como marca de la lógica del capitalismo en su fase tardía a comienzos de la década de 1980 llegaron a mediados de la década de 1990 a Punta del Este para instalarse y dominar el paisaje urbano. En los últimos años, Punta del Este estuvo demasiado caro para el turista argentino que no es propietario. Según hemos podido averiguar, en 2023 un tanque de nafta costaba lo que en Argentina costaban cuatro tanques y en 2024 costaba dos tanques. La zona urbana del centro de Punta del Este fue perdiendo identidad con el paso de los años, hasta convertirse en un sitio como cualquier otro, una ciudad hotel por donde pasan turistas brasileños y europeos.

         Los argentinos que están allí, viven en los suburbios de casas bajas lejos de la decadencia de las masas de turistas que circulan por los hoteles y los edificios, lejos de los que bajan a la playa más próxima donde los espera una sombrilla y una silla con el logo del hotel. Son los argentinos propietarios de grandes mansiones que se instalaron allí a tiempo completo, que desde la pandemia eligieron Punta del Este como lugar de residencia permanente, como espacio libre de conurbano, tránsito, country o villa miseria. Como vio con suma lucidez Cristófalo hace más de veinticinco años, viven en la arrogancia de una enorme plasticidad y de un tratamiento muy poco agresivo del paisaje, lejos de los males de un país que se hunde en la miseria y del cual extraen casi toda su riqueza. Desde ahí, unos dedican varias horas a leer y responder tweets, largas horas idiotizados en el scroll de Instagram y Tik-Tok. Acaso, mantienen reuniones por videollamada para dirigir sus negocios a distancia, pero el resto del tiempo lo más probable es que lo usen en cultura industrial de plataformas, series berretas, cine chatarra. Porque en Punta del Este cuando hay cine independiente es porque alguien todavía quiere sostener algo del pasado cultural, cuando allí se veían películas prohibidas en Buenos Aires, en los tiempos en que veraneaban en Punta del Este intelectuales como Halperín Donghi o Romero. El museo del escultor uruguayo Pablo Achugarry, en la zona exclusiva de «Manantiales», fundado en 2007, es una bella chacra parquizada, quizás uno de los museos más hermosos de Sudamérica. Suficientemente a trasmano del turista promedio, es un bastión del arte en medio de la zona residencial de los más ricos a los que interesa sobre todo como signo de distinción. El museo es un lugar donde, acaso, pueden ir a descansar de tanta red social y plataforma, ante obras de arte moderno y contemporáneo.

         Como dice Cristófalo, en Punta del Este no hay teatro independiente. Tampoco hay literatura, si hay poetas están escondidos. Las novelas con suerte se leen en la playa, pero es raro encontrar sellos independientes con criterios editoriales por fuera de la industria cultural. La higiene, la asepsia, la ausencia casi total de conflicto, la disposición al servicio por parte de la población local en temporada, transforma a toda la región en un gigantesco geriátrico a cielo abierto donde los vivientes perduran acumulando más o menos riqueza hasta morir.

         Al parecer, el 10 de diciembre de 2023, cuando Milei asumió la presidencia de la Nación en Argentina, en Punta del Este festejaron. En Maldonado obtuvo más del 90% de los votos de los argentinos habilitados para votar. Carentes de una plaza pública donde expresar la algarabía, muchos residentes se reunieron en una de las primeras playas de la «Brava», conocida como la playa de «Los dedos» por la escultura que la caracteriza. Cinco dedos gigantes salen de la arena como si hubiese un cuerpo enterrado ahí debajo, todavía vivo en señal de auxilio. Descorcharon botellas de champagne, y celebraron la victoria del mesías. Punta del Este todavía estaba algo vacía, poco después llegaron los turistas, cerca de año nuevo. Los nuevos turistas internacionales que llegan a Punta del Este con la expectativa de vivir algo de su signo de exclusividad (la política excluyente), brasileños, paraguayos, colombianos. Turistas que hacen cola para sacarse una foto en la escultura de «Los dedos». Como si ese fuera el lugar político de la exclusión. Ahí donde hay un gigante enterrado que no puede salir, ahí eligen los turistas dar testimonio de su paso por la exclusividad y ahí eligen los argentinos residentes para manifestarse a favor del capitalismo salvaje.

Aunque el ensayo de Cristófalo fue escrito hace más de un cuarto de siglo, sin embargo, se mantiene intacto; incluso profetiza sobre la relación entre los teléfonos celulares y las nuevas modalidades de la cultura y la política a distancia. Su enorme grado de actualidad al mismo tiempo sorprende por lo poco que cambió el panorama de la cultura política argentina, y al mismo tiempo deja ver que los años de gobiernos de signo popular o populista en América Latina no lo volvieron viejo. Como si hubiese sido un sueño o una ficción, esos años entre 2003 y 2015, aunque le dieron la espalda a las políticas excluyentes, no hicieron mella en su fundamento epocal. En el largo período neoliberal desde la década de 1970, fueron no más que un paréntesis, una breve contención, autopercibida victoria, sólo fue un descanso. Las consecuencias violentas del hambre en 2001 hicieron que muchos de los que veraneaban en Punta del Este se asustaran. No faltaron los que imaginaban el desborde de hordas de pobres saltando por encima de los muros de los countrys. Guardaron los autos de alta gama o los llevaron a Punta del Este. Hoy, está claro que esas hordas no van a cruzar el Río de la Plata para ir a saquear en Manantiales ni en La Barra, por eso la política excluyente que denunciaba Cristófalo en 1996 se afirma más que nunca.      

Pablo Luzuriaga

Buenos Aires, EdM, febrero de 2024