Las pantallas que cuelgan en los andenes del subte ofrecen informaciones dispares para entretener a los pasajeros en su trance de abstinencia hasta que se sumerjan de nuevo en las pantallas de sus celulares. Entretener es, en definitiva, sostenerse de cualquier modo entre dos cosas que importan. Días después del balotaje ofrecían en su menú consejos de autoayuda sobre “el pensar positivo”. Una leyenda ocupaba el centro de la pantalla, “Cómo cambiar el lenguaje interior del miedo”, seguida por la premisa fundamental para lograrlo: “Empezá a hablarte en forma totalmente opuesta.” La propuesta revelaba, supongo que de manera involuntaria, un síntoma de la realidad que vivimos: el lenguaje tiende a perder aceleradamente el peso de su significación social. Disuelta la referencia compartida, las palabras ya no significan lo que dicen, significan lo que cada uno quiera que digan. Se equiparan al grito, al gemido, a la pura expresión que brota de alguien y que los demás decodifican de acuerdo a su propia emocionalidad.