A propósito de Historia del Caballero Encantado, la versión al chino de Lin Shu de El Quijote de Cervantes, por Miguel Vitagliano

 I

Los libros no muerden, prefieren inclinar de otro modo el rumbo de las cosas. ¿Quién se animaría a negar que las decisiones del mundo dependen de no más de cinco libros que pugnan entre sí? La Letra despierta y fascina, pero también es capaz de enceguecer, matar, envenenar, torturar, justificando cada una de esas acciones. No es el fin que justifica los medios, es el medio que se esconde en todos los fines.

Quizás por eso las traducciones contengan cierto relente conspirativo y secreto de quien sabe estar introduciendo un mundo en otro mundo. Porque aspira a liberarlo en el cruce de fronteras, o porque quiere capturar ese mundo preciado en el otro que también lo merece; entre esos dos extremos se despliega un abanico de diversas posibilidades. Cuando 1956 a Pasternak le niegan la publicación de Doctor Zhivago en la URSS, recurre al editor italiano Giangiacomo Feltrinelli, miembro del PCI, para que haga posible la traducción de su novela en Milán y pueda conocerse en el mundo; un año después  Pasternak obtiene el Premio Nobel. Un caso inusual pero no único. Existen también otras traducciones menos convencionales, como la del médico somalí Adan Abakor, preso político en su país en la década del 80 por protestar contra la dictadura por las malas condiciones del hospital en el que trabajaba. Al cabo de unos días en prisión supo que su amigo Mohamad Barud estaba en la celda contigua y que también había otros diez presos en esa línea de celdas; todos en un confinamiento solitario que les impedía cualquier intercambio de palabras. Inventaron una especie de código Morse para comunicarse mediante golpecitos en los muros y con el paso de los años ganaron destreza para utilizarlo. Enterado de que Barud había caído en una profunda depresión por el cautiverio, Abakor desarrolló un remedio para mitigar su dolor. Convenció al carcelero de que le permitiera quedarse un tiempo más con la novela que estaba leyendo y tradujo en golpecitos los dos millones de letras de la versión en inglés de Ana Karenina, que, según Barud, le salvaron la vida.

Todas las traducciones felices se parecen, solo las que se salen de lugar rompen el molde de todas las maneras posibles abriendo caminos quién sabe hacia dónde. Las traducciones de Lin Shu (1852-1924) pertenecen también al segundo tipo, aunque cuentan con un mismo principio constructivo que hace que todas se parezcan. Tradujo al chino 120 novelas europeas, desde La Dama de las Camelias a Robinson Crusoe, David Copperfield, Estudio en Escarlata, Los Viajes de Gulliver, además de obras de Shakespeare, Balzac, Tolstoi, Verne, y por supuesto, El Quijote de Cervantes, sin conocer francés ni inglés ni español ni ruso. Un colaborador, que leía las novelas en sus lenguas originales o a menudo en sus versiones en inglés, le contaba a Lin Shu su experiencia de lectura y él tomaba notas, y preguntaba sobre alguna escena que había dejado señalada en el aire. Esas circunstancias cargadas de oralidad tenían, sin duda, el relente de las narraciones tradicionales que precisamente el género de la novela había dejado atrás, aunque nunca dejó de añorarlas como si fuesen una infancia perdida buscando recuperar su encanto a través de la escritura. 

Sobre el proceso de traducción, apenas conocemos una descripción del propio Lin Shu referida por Alicia Relinque Eleta en la introducción del volumen:
“No conozco lenguas occidentales, ello me obliga a tener junto a mí a dos o tres caballeros del ámbito de la traducción que me cuentan con la boca las palabras. Mis oídos las reciben y mi mano las sigue. Cuando cesan las voces, el pincel se detiene. En un día, con cuatro horas de trabajo consigo escribir seis mil caracteres.”

Como las traducciones buscaban adecuarse a los lectores chinos, algunas veces Lin Shu modificaba los títulos. Así, por ejemplo, El Quijote de Cervantes se convirtió en su versión en Historia del Caballero Encantado. La novela se publicó en 1922, dos años antes de la muerte de Lin Shu, y fue traducida al español casi un siglo después, en 2021, por la sinóloga española Alicia Relinque Eleta. La segunda edición, realizada en Argentina en 2023, mantiene la introducción y las notas de la traductora, pero incorpora un prólogo de Damián Tabarovsky en reemplazo del escrito del embajador de España en China. El embajador Dezcallar daba su aporte sobre el abanico de las políticas de traducción, decía: “Los embajadores son también traductores. No traducen lenguas, sino países.”

II

Hijo de una modesta familia de comerciantes no letrados de Fujian, al sureste de China, Lin Shu terminó sus estudios como autodidacta y consiguió un puesto de profesor en la escuela del lugar, y al tiempo obtuvo el título de Graduado provincial que le permitió acceder y aprobar el primer nivel de los exámenes imperiales. En esa época, precisamente en 1897, confluyen dos hechos decisivos en su historia: el primero fue la publicación de una antología de sus poemas. Los textos tenían una particularidad decisiva para lo que Lin Shu desarrollaría después. Estaban escritos en lengua baihua, una lengua coloquial, o mejor una “lengua blanca” que buscaba desplazar el lugar de la lengua clásica, wenyam, en la que se escribía la literatura. El segundo suceso ocurrió meses más tarde, la muerte de su esposa Li Qiongzi que lo entregó a una profunda y prolongada depresión. A uno de sus amigos que había regresado de estudiar en París se le ocurrió una idea para demoler los muros de su tristeza, convertirse en una especie de Scherezade contándole una novela, La Dama de las Camelias de Dumas, y proponerle que la tradujeran juntos. El resultado fue tan efectivo que desde entonces, apenas comenzado el siglo XX, Lin Shu se convirtió en traductor y fue contratado para cumplir esa función en lo que más tarde sería la Universidad de Pekín. Teniendo en cuenta la posición que ocupaba, es comprensible que las traducciones se realizaran en wenyam, pero también, acaso por todo lo que estaba más allá de eso, el wenyam estaba sembrado de flores de baihua, la lengua por la que apostaban la nueva generación de escritores.Imposible corroborarlo en nuestra propia lectura en castellano, confiamos en las rigurosas notas de la traductora.

            Desde mediados del XIX, a partir de la derrota frente a Gran Bretaña en las Guerras del Opio (1843), China no dejó de verse amenazada por distintas potencias europeas. Francia, Gran Bretaña y Alemania se apoderaron de partes de su territorio, y también Japón.  El sistema imperial cayó en 1912, se proclamó la República, y a los pocos años se desataron las guerras civiles hasta 1926. En ese largo período China vio melladas las certezas que había tenido por más de dos mil años. Si su modo de pensar hasta entonces resultaba ineficaz para dar respuesta al presente, debía observar y entender cómo era la trama del pensamiento que había construido la mentalidad europea. La traducción se impuso como clave para alcanzar ese objetivo. Yufen Tai, autora de la primera tesis doctoral en castellano sobre el tema, “La influencia literaria y el impacto cultural de las traducciones de Lin Shu en la China de finales del XIX y principios del XX”, (Universidad Autónoma de Barcelona, 2003) sostiene que entre 1896 y 1916 se tradujeron al chino alrededor de 800 novelas, pero que aun así la apuesta más firme estuvo en la traducción de obras afines a las ciencias sociales. Ambos eran caminos para asomarse y comprender las otras culturas; en una el mundo de las relaciones afectivas, en otra los cimientos que las hacían posibles. Yun Fu (1854-1921), escritor, traductor y editor, fue quien incorporó en China la trama del pensamiento darwinista con la traducción de Evolución y ética de Th. Huxley a fines del XIX, y durante la década siguiente -solo para tener como referencia!- dio a conocer otras obras que daban vueltas en la mentalidad europea, como La riqueza de las naciones de A.Smith, El estudio de la sociología de H.Spencer, Sobre la libertad  de J. Stuart Mill, y El espíritu de las leyes de Montesquieu. Todas ellas en wenyam, la lengua clásica, cosa que no dejaban de criticar los nuevos escritores nucleados en el Movimiento del Cuatro de Mayo. La disputa entre quienes defendían la persistencia en el uso de wenyam y quienes buscaban destituirla por el uso de baihua era parte de la tensión imperante, y como es inherente a los momentos de profundas crisis el dilema no dejaba de mostrar pliegues. Unos consideraban que escribiendo en wenyam el pueblo lograría mayor educación en beneficio de un objetivo común, los otros creían que la literatura china debía ser escrita en baihua para el beneficio común del pueblo chino. Lu Xun (conocido también como Lu Sin) (1881-1936) fue el mayor representante del Movimiento del Cuatro de Mayo y autor de la que se considera la primera novela moderna china, Diario de un loco (1918), aun así, en su formación de escritor resultaron decisivas las traducciones de las novelas realizadas en wenyam por Lin Shu.

            Los dos traductores chinos más destacados de entonces, Yun Fu y Lin Shu, escribieron en lengua clásica convencidos que así alcanzarían su objetivo. Entre los “caballeros” que colaboraron con Lin Shu, el más constante fue Chen Jilian (1880-¿?),  y tradujeron juntos 50 obras desde 1909 hasta la muerte de Lin Shu. Para Historia del Caballero Encantado recurrieron a una traducción inglesa de El Quijote, al parecer una que se había publicado en 1700, coordinada por el inglés Pierre Motteux (1660-1718). Ante la mención de ese nombre se hace difícil no pensar en Pierre Menard, y en el “caballero” Chen Jilian y el “caballero encantado”, y en esa suerte de palimpsesto de versiones-traducciones que las páginas de El Quijote operan a corazón abierto. Y por supuesto, sin dejar de preguntarnos si Lin Shu y Chen Jilian en las horas de trabajo compartidas, entre palabra pincel, en algún momento, por efímero que fuera, no se pensaron como Quijote y Sancho. Posiblemente no, aun cuando el propio Chen Jilian tuviera muy presente los extraños reveses de la identidad; había hecho en solitario una traducción de Dr Jekyll y Mr Hyde. Pero tal vez ni el fiel compañero ni su maestro eligieran tan libremente lo que traducían, o tuvieran puestos los ojos en el logro de un fin y eso empañaba cuanto tenían cerca.    

            Hay distintos aspectos en Historia del Caballero Encantado que es preciso precisar. El primero es que la versión de Lin Shu se ocupa solo de la primera parte de EL Quijote; es decir, termina con el regreso de Quijote y Sancho a su pueblo, uno abatido y sintiéndose derrotado, el otro convencido de que “no hay nada mejor en este mundo que seguir a un caballero y luchar contra las injusticias.” Y el segundo es que todo cuanto hay en El Quijote referido al juego de narradores, la traducción y Cide Hamete Benengeli, queda desplazado. Una decisión motivada, seguramente, por el fin que Lin Shu buscaba con su trabajo, que acaso pueda vincularse con Vida de Don Quijote y Sancho de Miguel de Unamuno, de 1904, cuando en sus luminosos comentarios capítulo por capítulo despacha en unas líneas el asunto de la quema de libros: “Trata de libros y no de vida. Pasémoslo por alto.” Lin Shu no saltea ese episodio, lo comprime, pero en lo demás sigue la senda de Unamuno -al que, por cierto, no tradujo-, y lo sigue incluso en el lugar que le reconoce a Sancho. Al comparar al Quijote y Sancho, Unamuno destaca más al escudero porque era quien aun sin haber leído tenía la voluntad de creer. Buscaba a hablarle al apesadumbrado pueblo español como Lin Shu al pueblo chino, no en balde el final de Historia del Caballero Encantado termina con el convencimiento de Sancho.

            No es de extrañar, entonces, que en la versión de Lin Shu el vínculo entre Quijote y Sancho se parezca más a la relación de maestro y discípulo que a la de un caballero y su escudero. Es más, se los nombra de ese modo. En la escena del discurso sobre la Edad de Oro, sea porque Lin Shu no conocía las fuentes que juegan de intertexto o porque decide omitirlas a consciencia, las palabras de Quijote quedan aplanadas, pierden el contraste. Unos pocos párrafos antes, sin embargo, Lin Shu había dejado preparado el modo en que el lector debía interpretarlas. Me refiero al momento en que tienen hambre. Quijote elige alimentarse solo con frutos secos -porque en las novelas de caballería los héroes no necesitan alimentarse-, y Sancho piensa entre quejas en pollos y patos -porque su hambre es real, no pertenece al mundo de las novelas-, y enseguida, en ese momento preciso, Lin Shu le hace decir a Quijote lo que era la dieta prescripta por los taoístas para alcanzar la longevidad (ver nota al pie, p.100). Al hueco que deja un intertexto ajeno a su tradición, lo completa con otro propio de su cultura.

III

Es conocida la escena de Goethe en su vejez; Eckerman estaba ordenando los papeles de de la biblioteca de su maestro para la posteridad cuando lo sorprende conmovido leyendo una novela china. ¿La emoción se debe al exotismo de esas páginas? Nada de eso, lo que conmueve al maestro no son las obvias diferencias con las novelas europeas, sino el hecho de que aun siendo culturas tan distantes las preocupaciones sean similares.

            El título de esa novela china no es nombrado en aquella escena de invierno de 1827. Lo que sí queda claro es que fue el momento en que Goethe definió el concepto Weltliteratur, la Literatura del Mundo por encima de las literaturas nacionales. El proyecto aspiraba a demoler los nacionalismos y los estereotipos culturales, y pasado dos siglos aún se mantiene incumplido. El escritor chino Gao Xingjan recibió el Premio Nobel en 2000; la Academia Sueca destacó que su novela La montaña del alma era “una de esas creaciones literarias imposible de comparar con nada más que con ellas mismas.” En su discurso de premiación, Xingjan aseveró: “Las obras literarias traspasan las fronteras, traspasan las lenguas gracias a las traducciones y también los usos sociales y ciertas relaciones humanas particulares formadas por la historia y el lugar, pero lo humano que es obras revelan es universalmente comunicable a toda la humanidad.” La Academia Sueca distribuyó al mundo los fundamentos de su premiación en idioma inglés, y no fueron pocos los medios en castellano, a un lado y otro del Atlántico, que incurrieron en el error de traducir “ingenuity” (ingenio) como “ingenuidad”. Lejos de ser un grave error de traducción, fue la puesta en acto de un prejuicio: el “ingenio” podría esperarse de un escritor occidental, la “ingenuidad” formaba parte del estereotipo hacia todos los demás.

            La lectura de Historia del Caballero Encantado no está exenta de ese atropello, aun cuando se trata de un aporte magnífico para examinar una y otra vez la potencia contenida en los libros -y por extensión en la lectura y la traducción- y, por sobre todo, en la forma de la novela, más en este tiempo en el que los discursos que debieran ser argumentativos -desde el discurso político al discurso médico- se han vuelto “cápsulas narrativas”, todo es un cuentito que debe cerrar como una fórmula de marketing. En lugar de la Literatura del Mundo, abierta siempre a otra diversidad que impide cualquier  clausura, tenemos como horizonte común las series de tv industriales a la que los políticos no vacilan en referirse. Y ateniéndonos solo a Argentina, bastaría recordar a presidentes cansados que dicen “apago todo y veo Netflix”, que hacen citas de Juego de Tronos o que directamente se disfrazan de superhéroes para filmar un spot. (Y al escribir esto no dejo de preguntarme por qué debería ser yo quien se siente ridículo por esta intromisión, justamente, en un texto sobre Historia del Caballero Encantado.)

            Así como a Lin Shu no se le pasaba por alto que lo imaginado en otra cultura permitiría una reflexión sobre la propia, sería deseable que sus lectores hiciéramos lo mismo. Más allá de las profundas diferencias con la lengua china, también en las tradiciones europeas hubo largos debates sobre cuál era la lengua en que debía escribirse la propia literatura, y por supuesto que esas discusiones fueron aún más radicales en la América Latina de habla castellana con respecto a la lengua de España, debates que no se restringen al XIX y que persisten hoy. Así también, pasando a un campo más asequible, las consideraciones sobre lo que se entendía que era una novela en el contexto de Lin Shu no resultan extrañas a las de otras tradiciones culturales. El término chino para novela era xiaoshuo, lo que podría traducirse como “hablas de poca entidad”, “trivialidades”, y que, como destaca Yufen Tai: “Nunca, a lo largo de la historia, gozaron los novelistas de una posición similar a lo de los poetas y ensayistas.” Pero es preciso decir que tampoco la novela en occidente distaba mucho de una visión similar hasta Balzac y el realismo, es decir hasta mediados del XIX que es cuando comienza el desconcierto en China. Basta tener presente la insistencia de Defoe negando que Robinson Crusoe era una novela o los avatares críticos vividos por El Quijote que excedieron por mucho tiempo las ironías de Lope de Vega, pero eso de ningún modo implicaba una falta de lectores ni el fervor que despertaba las novelas, como quedaba demostrado no solo en la figura de Alonso Quijano sino también en el barbero y el cura. Y es importante remarcar que fue a través de las traducciones de Lin Shu que la novela europea comenzó un diálogo con los novelistas chinos.

La historia de la novela en China seguía hasta entonces su propio recorrido, que, como sostiene Franco Moretti, fue superior en cantidad y, en la mayoría de los casos, también en calidad. Ya en el siglo XVII la novela china había conformado su propio canon, y en su centro estaba Jin Ping Mei/El erudito de las carcajadas escrita al mismo tiempo que El Qujiote. Una extensa novela de alrededor de 2000 páginas (la editorial Atalanta la publicó en 2010 con la traducción, introducción y notas de Alicia Rilenque), publicada en 1617, aunque previamente circularon capítulos sueltos por la fascinación que había despertado entre los eruditos. La trama de Jin Ping Mei, satírica y provocadora, está sostenida por dos líneas, el poder y el adulterio, en la que todo siempre puede dar un giro, incluso por el encantamiento. Su autor prefirió omitir su nombre para no verse responsable, sobre todo, de los pasajes de educación erótica. Los puntos de contacto con El Quijote son recurrentes a lo largo de la novela.

            ¿Cuánto pudo hacer la traducción de Lin Shu para que los nuevos escritores chinos trazaran relaciones entre ambas novelas? ¿Cuánto de lo que modificó en su “Caballero Encantado” lo hizo posible? Difícil saberlo. Pero lo indudable es que en Historia del Caballero Encantado tampoco se lee aquello de “Ladran, Sancho”, porque como es sabido los libros no ladran ni muerden, se conforman con todo lo demás.

Miguel Vitagliano

Buenos Aires, EdM, febrero 2024