Actitud María Moreno, por Lucía de Leone

Al Teatro Colón se va de gala. O se tiene el encanto de ir a recibir el Premio Ñ a la trayectoria 2023, con una remera negra que le hace fiesta al urinario (¿al órgano femenino?) más célebre de la historia del arte: la obra Fountain (1917) de Marcel Duchamp que es hoy símbolo por excelencia de ruptura y desestabilización de la experiencia museística. Me refiero a la Actitud María Moreno, la escritora, periodista, cronista y constante inspiradora que siempre estuvo a la vanguardia: en los activismos feministas, la militancia derecho humanista, la modernización de medios gráficos, la práctica de una escritura provocadora que hoy es marca del presente y se etiqueta como híbrida o inespecífica, los modos singulares de intervención pública tanto entre las cabezas o figurantes del under como en la intelectualidad de la noche porteña entre bares-oficina, humo y alcohol.

            Mucho se dijo, mucho se escribió ya sobre este evento reciente de gran resonancia en la cultura argentina, en un marco político y social en que peligran las instituciones, la amplitud de derechos, la democracia… la vida misma. Para iluminar la Actitud Moreno me detengo aquí en lo que se puede llamar los comienzos María Moreno. Porque esa voluntad de precursoría explícita coincide con el momento fundamental para los argentinos del renacer político, institucional y cultural que se activa con la transición democrática en 1983.  Y porque ahí distingo una génesis (la de la creadora de un estilo), una célula madre (la de la descubretalentos e inventora de movidas), una iluminación primaria (la de la lectora acertada de cada época), una punta de lanza (la de la enamorada de Ranqueles), un original (el de las tantas réplicas de sí misma que diseñan una poética del nombre: María Cristina Forero/ María Moreno/ Mariana Imas, y más), una potencia creativa (la de la chica del flequillo, siempre) que es la del deseo de cambiarlo todo y para siempre.

            Y sobre quien se ha dicho, y suscribo, que sus escritos, actuaciones y modos de leer vienen funcionando como un prisma privilegiado para revelar diagnósticos epocales, elijo esta vez la visión microscópica para hacer el recorrido inverso y me detengo en el objeto encontrado; no el de la remera sino el editorial del número uno del primer periódico “para mujeres” (así las cosas, por entonces) que Moreno funda el 15 de diciembre de 1983. Primer número, primer periódico, primeras páginas, primavera. Se trata de alfonsina, en minúsculas, que cruza el nombre de la ¿mal/bien? llamada poetisa que derrama retórica tardo romántica sobre la loba, la oveja descarriada y las mascarillas de la vanguardia con el apellido del primer presidente elegido por un pueblo devastado después de un mundo de siete pozos (y medio).

Ese ímpetu de comienzo asoma en distintas dimensiones. Sobre una larga tradición de prensa femenina, lo vemos en el posicionamiento enunciativo declaradamente feminista y plural de esta publicación cuyo proyecto era articular “lo femenino con lo nacional”. alfonsina es de los primeros medios en poner de relieve (y en el momento preciso) un conjunto de problemáticas y debates aún pendientes para la sociedad de entonces, atravesados por el par feminismo y política: la puesta en serie de la tortura y la pornografía, los cuerpos escondidos y los cuerpos al destape, los hijos desaparecidos y los fetos abortados, las identidades borradas por la máquina estatal y las diversidades prohibidas por edictos policiales.

Otro punto de anclaje se evidencia en la apuesta por el descentramiento del nombre propio ya sea para firmar la publicación o para la aparición pública. Cuando justamente es la relevación de las identidades la que está en juego, la muchacha punk se inventa nombres de guerra en un gesto que tempranamente elige la agencia y despabila formas de la alegría frente a la resistencia y el imperio agotado de pasiones tristes. Actitud precisamente es cualidad de acción en su etimología. Si Cristina Forero dicen los documentos, es la combinación del nombre de la virgen con el apellido de un marido de entonces o del primer (otra vez el giro inaugural) periodista argentino que se traduce en la rúbrica autoral María Moreno, que es una y tantas a la vez. Y aquí se advierte un tercer hito que marca aquella voluntad de comienzo: siguiendo las huellas de los feminismos, el editorial del primer número del primer periódico para mujeres se encarga, sin embargo, de trazar genealogías. La editorialista que firma alfonsina se identifica hacia atrás con grupo heterogéneo y dispar (de mujeres reales y representadas), que va desde personajes bíblicos y legendarios primigenios, pasando por Eva (¿la bíblica?, ¿la peronista?, ¿ambas?), Lilith (la primera esposa de Adán), Juana, la loca, íconos literarios como la princesa triste de Rubén Darío, hasta miembros de sus propias familias (sus madres) y “las malas” que forman un colectivo indiferenciado (brujas), emblemas populares como la costurerita de Evaristo Carriego o Milonguita, esa mujer de barrio que las letras de tango dicen que se pierde por los vicios y luces de la ciudad, y mártires de Woodstock como Janis Joplin.

Los gestos fundacionales de Moreno nunca se detuvieron y los vemos en iniciativas posteriores salidas de su mente incansable como el suplemento “Soy” o el periódico travesti “El Teje”, por tomar dos casos de impacto, que se propusieron también pioneras en lo suyo.

Me gusta pensar que el seudónimo que pisa al nombre o al revés, que la indeterminación Dolly Skeffington y Olivia Streethorse, que el loro de Forero/Moreno, que la filiación con un hacia atrás femenino, que las madres vertidas en células hermanas, según las épocas, se expanden en una cosmética (palabra que lleva “cosmos” en su construcción pero también “ética”) de la sobreimpresión, del sobre relieve o la sobre piel, como las mascarillas de Alfonsina, el maquillaje del under, las prótesis travestis, los disfraces de la clandestinidad, el mingitorio de la remera negra.

Lucía de Leone

Buenos Aires, EdM, febrero 2024