Un cuento de El hilo del engaño, por Raúl Tamargo


“Itinerario de una invención” es uno de los sutiles relatos que integran El hilo del engaño, que publicará la editorial Alción a mediados de noviembre. La historia de la literatura está atravesada por relatos construidos sobre la suerte que va corriendo un objeto. Si alguna vez se hace una antología de ellos, el cuento de Raúl Tamargo (Buenos Aires, 1958) sin duda va a integrar ese volumen. Es la historia una pierna que escapa de un libro, pero no es una pierna cualquiera, es una pierna preparada para otros fines que Roberto Arlt acarició como quien abraza a un fracaso.

Itinerario de una invención

Entre el 27 de julio de 1942 y finales de esa misma década, nada se sabe sobre el paradero de la pierna. No es disparatado imaginarla arrumbada en el local de Lanús, donde Roberto Arlt trabajaba en su proyecto.

   En el verano de 1950, un obrero anarquista, devenido peronista, alquila un cuarto en el fondo de una propiedad ubicada en los lindes entre Lanús y Gerli y la descubre allí, abandonada dentro de un ropero maltrecho, junto a dos perchas de madera y una libreta de almacén. El obrero ha leído con fervor la obra de Arlt y todo artículo en el que su nombre apareciera mencionado. Conoce sus afanes de inventor, pero no los relaciona con la pierna hasta unos meses después, cuando se publica “Roberto Arlt, el torturado”. Lee el trabajo de Raúl Larra como una reivindicación necesaria. Lee un párrafo que comparten las páginas 143 y 144 en el que se mencionan la pierna de duraluminio y el taller de Lanús. Se convence de que se trata de la misma pierna que ha encontrado en su ropero y que no ha tirado a la basura solo para evitar posibles reclamos de los dueños. De su pasado ácrata conserva un ateísmo militante. Aun así, en lo fortuito del episodio cree vislumbrar aquello que otros llaman sentimiento religioso.

   En 1956, entrega el cuarto de alquiler, pero se lleva la pierna que nadie le reclama. Participa activamente en la resistencia peronista. Obligado por la clandestinidad, se muda con frecuencia. La pierna recala en roperos de pensiones del Gran Buenos Aires y del barrio de Constitución. No recibe tratos especiales.

   A finales de 1972, Perón regresa al país; el obrero siente que diecisiete años de lucha comienzan a rendir frutos. Advierte entonces que la pierna de Arlt los ha transitado a su lado. Se mira al espejo y se descubre envejecido. La pierna, por el contrario, se mantiene inalterable.

   En 1976, como en tantos otros casos, se pierde el rastro del obrero, y el de la pierna. Un año después, ésta reaparece. Protagoniza los sueños eróticos de un adolescente. Dos deseos dominan al soñador. El primero, encontrar el cuerpo al que la pierna ha pertenecido. El segundo, restablecer la carnalidad del objeto; está convencido de que, alguna vez, fue pierna de mujer. Ninguno de los deseos se cumple. La recurrencia convierte los sueños en pesadillas.

   En los años siguientes, la pierna comparte el universo onírico con otros tantos objetos; pierde protagonismo y disminuye la frecuencia de sus apariciones. Recién hacia el ocaso del año 2003, el adolescente, ya adulto, podrá afirmar que solo se trata de un recuerdo. Vuelve a perderse su derrotero.

Hay quien asegura que fue vista en una chatarrería del Camino Negro. La afirmación es dudosa. Según el testimonio, Hugo Varela la encontró enredada entre los flejes vencidos de un elástico de cama, junto a la carcasa de un motor eléctrico. La versión sostiene que el artista se habría inspirado en ella para la construcción de un exótico violín.

   Varios son los elementos que ponen en tela de juicio estas afirmaciones:

   El encuentro habría ocurrido en algún momento de los años noventa, década en la cual la pierna todavía frecuentaba las noches del soñador. Es difícil imaginarle una doble vida.

   El testimonio es de segunda mano.

   La fuente del testigo sería el propio artista, cuya tendencia a la imaginería es pública y notoria.

Raúl Tamargo

Buenos Aires, EdM, Noviembre 2013