Confesiones de un librero: El personaje, por Raúl Tamargo

 

   -Usted no se acuerda de mí –saluda el hombre.

   Está en lo cierto. Él, en cambio, recuerda bien que hace unos años consiguió en mi librería una obra que buscaba desde hace tiempo. No hay nada especial en ello; todos recordamos los sitios donde nos encontró la suerte. Tampoco resulta extraordinario que elaboremos una ley general: si allí encontré algo que buscaba, todo lo que busque en adelante allí lo encontraré.

    El visitante se muestra decepcionado al comprobar que, al menos esta vez, su presunción es falsa, pero se repone pronto. Tiene el don de la conversación. Me entero entonces que vive en una pequeña ciudad de la provincia de Buenos Aires, que es médico, que acaba de visitar un nuevo hospital del conurbano y que esa obra reciente ha reforzado su simpatía por la presidenta; un prefacio para decir lo que ha venido a decirme:

    -Usted, para mí, es todo un personaje.

   Le pido precisiones, pero obtengo vaguedades: los anteojos, la computadora que consulto, el escenario en que me muevo. Fotografías que no alcanzan para construir un personaje, según pienso.

   El hombre se va; sus palabras, no. Yo, que paso muchas horas en el lugar del observador, también soy observado. Convertido en personaje, habrá cosas de mí que todavía no conozco. El visitante (un hombre mayor, un hombre sabio) se las ha llevado. No como quien roba algo, sino como quien se reserva alguna cosa para que se lo recuerde.

Raúl Tamargo

Buenos Aires, EdM, septiembre 2012